Hijo de un humilde matrimonio campesino, su niñez fue dura, pues
después de perder a su padre tuvo que trabajar sin descanso para sacar adelante
la hacienda familiar. Se cuenta que aprendió a leer en cuatro semanas; quería
estudiar para ser sacerdote, por lo que tenía que hacer todos los días a pie
unos diez kilómetros (a veces descalzo, por no gastar zapatos) para ir a
estudiar al liceo de Chieri. Con el fin de pagar sus estudios trabajó en toda
clase de oficios.
En 1835 ingresó en el seminario
arzobispal de Turín, y en 1841 fue ordenado sacerdote. Ya por entonces sentía
una viva preocupación por la suerte de los niños pobres de los barrios obreros
de Turín, que vivía por aquellos años el auge de la Revolución Industrial, y particularmente
por su imposibilidad de acceso a la educación. Inspirándose en San Felipe Neri y
en el prelado francés San Francisco de Sales, en 1844 fundó el Oratorio de San
Francisco de Sales, cuya sede fijó dos años después en una casa de la
periferia.
Estableció luego las bases de la Congregación de los sacerdotes
de San Francisco de Sales, o salesianos (1851), aprobada en 1860, y de su rama
femenina, el Instituto de Hijas de María Auxiliadora. Tales instituciones,
dedicadas a la enseñanza de los niños pobres, se desarrollaron con rapidez
gracias al impulso de uno de los grandes pedagogos del siglo XIX. Además de
recibir una educación cristiana, los alumnos podían familiarizarse e instruirse
en diversos oficios, razón por la que se ha visto en Don Bosco a uno de los
precursores de la moderna formación profesional. Desde el punto de vista
metodológico, Don Bosco implantó lo que él mismo denominaba «sistema
preventivo», frente al sistema represivo tradicional.
La orden salesiana alcanza hoy
en día 17.000 centros en 105 países, con 1.300 colegios y 300 parroquias,
mientras que el instituto femenino de María Auxiliadora (las Hermanas
Salesianas) posee 16.000 centros en 75 países, dedicados a la educación de la
juventud pobre. Ya en vida de Don Bosco las instituciones por él fundadas
llegaron a reunir más de cien mil niños pobres bajo su protección; su fama como
educador y como santo favoreció su relación con importantes personalidades de
su tiempo (entre ellas el monarca italiano Víctor Manuel II y los papas Pio
IX y León XIII) y el apoyo a su labor filantrópica.
Además de su labor educadora y
fundadora, San Juan Bosco publicó más de una cuarentena de libros teológicos y
pedagógicos, entre los cuales cabe destacar El joven instruido, del que se llegaron a publicar
más de cincuenta ediciones y un millón de ejemplares sólo en el siglo XIX.
El propio santo se encargó
también de compilar y editar los llamados Sueños
de Don Bosco, un total de 159 sueños en ocasiones premonitorios que tuvo a
lo largo de su vida, el primero de ellos a los nueve años. Cuenta Don Bosco
que, a esa edad, soñó que se hallaba en el patio de un colegio y que se lanzaba
a puñetazos contra un grupo de muchachos que «decían malas palabras». Apareció
entonces Jesucristo, quien le indicó que los vencería «no con puños, sino con
amabilidad», y luego la Virgen María, que anticipó su destino de educador: su
misión sería llevar la mansedumbre a los niños, una vez se hubiera hecho él
mismo «humilde, fuerte y robusto».
San Juan Bosco murió la
madrugada del 31 de enero de 1888 en Turín. Durante tres días, la ciudad
piamontesa desfiló ante su capilla ardiente, a cuyo entierro acudieron más de
trescientos mil fieles. Fue beatificado en 1929 y canonizado en 1934, durante
el pontificado de Pio XI; para su canonización se presentaron seiscientos
cincuenta milagros obrados por él. Su festividad se conmemora el día de su
fallecimiento, el 31 de enero.
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