domingo, 2 de noviembre de 2025

Comentario lectura evangelio 03/11/25

Hoy, el Señor nos enseña el verdadero sentido de la generosidad cristiana: el darse a los demás. «Cuando des una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos; no sea que ellos te inviten a su vez, y tengas ya tu recompensa» (Lc 14,12).

El cristiano se mueve en el mundo como una persona corriente; pero el fundamento del trato con sus semejantes no puede ser ni la recompensa humana ni la vanagloria; debe buscar ante todo la gloria de Dios, sin pretender otra recompensa que la del Cielo. «Al contrario, cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos; y serás dichoso, porque no te pueden corresponder, pues se te recompensará en la resurrección de los justos» (Lc 14,13-14).

El Señor nos invita a darnos incondicionalmente a todos los hombres, movidos solamente por amor a Dios y al prójimo por el Señor. «Si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a los pecadores para recibir lo correspondiente» (Lc 6,34).

Esto es así porque el Señor nos ayuda a entender que si nos damos generosamente, sin esperar nada a cambio, Dios nos pagará con una gran recompensa y nos hará sus hijos predilectos. Por esto, Jesús nos dice: «Más bien, amad a vuestros enemigos; haced el bien, y prestad sin esperar nada a cambio; y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo» (Lc 6,35).

Pidamos a la Virgen la generosidad de saber huir de cualquier tendencia al egoísmo, como su Hijo. «Egoísta. —Tú, siempre a “lo tuyo”. —Pareces incapaz de sentir la fraternidad de Cristo: en los demás, no ves hermanos; ves peldaños (...)» (San Josemaría).

Fuente: Fr. Austin Chukwuemeka IHEKWEME, (Ikenanzizi, Nigeria)

Comentario lectura evangelio 02/11/25

« El amor es fuerte como la muerte » (Ct 8,6)

El amor con el que Dios nos ama, ha desatado con su fuerza los lazos con los que la muerte nos tenía prisionera. Desde entonces, ella no puede retener ni un instante a los que toca. Porque “Cristo ha resucitado, primicias de los que se han adormecido” (1 Cor 15,20). Con la palabra de su promesa y el misterio, ejemplo y testimonio de su propia resurrección, Cristo nos confirma en la certeza que resucitaremos.

La muerte, capaz de quitarnos el don de la vida, es fuerte. El amor, que puede entregarnos a una vida mejor, es fuerte. La muerte es fuerte: su potencia puede despojarnos de nuestro cuerpo. El amor es fuerte: tiene el poder de arrancar a la muerte su botín y devolvérnoslo. La muerte es fuerte, ningún hombre puede resistirle. El amor es fuerte, tanto que triunfa sobre la muerte, aplasta su aguijón, detiene su ambición, invierte su victoria. Ella es burlada cada vez que se le dice: “Muerte, ¿Dónde está tu victoria? ¿Dónde está tu aguijón? (1 Cor 15,55). “El amor es fuerte como la muerte” (Ct 8,6), ya que la muerte de la muerte es el amor de Cristo, como lo sugiere esta palabra “Muerte, seré tu muerte; abismo, seré tu pérdida” (cf. Os 13,14).

El amor con el que amamos a Cristo, es poderoso como la muerte. Porque es como una muerte: la extinción de la vida antigua, la abolición de los vicios, el abandono  de las obras de la muerte. Este amor que tenemos por Cristo es como una respuesta al que nos lo trae, y aunque no sea igual, es a su imagen. Cristo nos ha amado primero y el ejemplo del amor que nos ha dado, es nuestro modelo y nuestro sello. Nosotros, tenemos que aceptar la impronta de su imagen, depositando la máscara terrestre y revistiendo la figura celestial. Amando a Cristo cómo él nos ha amado.

Fuente: Balduino de Ford (¿-c. 1190), abad cisterciense, después obispo

sábado, 1 de noviembre de 2025

Comentario lectura evangelio 01/11/25

La búsqueda de la felicidad

Felices los afligidos, porque serán consolados”.

No se trata de lágrimas sobre los que mueren según la ley de la naturaleza, sino de la muerte por el pecado y los vicios. (…)

Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados”.

Tenemos que comprender que no somos jamás bastante justos y debemos siempre tener hambre de obras de justicia.

Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia”.

La misericordia no se nota sólo en limosnas, sino más todavía en las ocasiones  con nuestros hermanos, llevando las cargas los unos de los otros.

Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios”.

Puros son los que no tienen pecado sobre su conciencia. El Puro se deja ver por el corazón puro. El templo de Dios no puede estar manchado.

Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios”.

Los que hacen reinar la paz en su corazón y entre los hermanos divididos. ¿De qué sirve hacer la paz entre los otros si existe en nuestro corazón la guerra de los vicios?

Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos”.

Está especificado: por la justicia, Otros son perseguidos por sus pecados, sin ser justos… (…)
Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí”.

El insulto que es proferido por los labios falsos del que insulta, debe ser despreciado y vale una bienaventuranza (…). Porque es Cristo el que está en causa.

Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo”.

Nadie puede regocijarse porque su reputación es dañada por la calumnia, menos aún el que busca la vana gloria. Nosotros tenemos que alegrarnos y exultar  porque la recompensa nos es preparada en el Cielo.

Fuente: San Jerónimo (347-420), sacerdote, traductor de la Biblia, doctor de la Iglesia

jueves, 30 de octubre de 2025

Comentario lectura evangelio 31/10/25

Hoy el Evangelio nos deja ver a Jesús: firme como buey, manso como asno. Está en casa de un importante fariseo; es un sábado. «Ellos lo estaban observando» (Lc 14,1). En este ambiente de juicio, Jesús mira delante suyo a un hombre hidrópico, y su pregunta es directa: «¿Es lícito curar en sábado o no?» (Lc 14,3). Pregunta que desafía la rigidez de la ley en favor de la compasión, también del corazón. La ley del sábado, como nuestro domingo, estaba destinada al descanso y la santificación, y se había convertido en una carga. Jesús, al poner la comparación con el “hijo o el buey que cae”, nos muestra la incoherencia de quienes, preocupados por sus posesiones, las rescatarían sin dudar, mientras postergarían (en sábado) la sanación de una persona.

Uno que fue rescatado de un pozo es Saulo de Tarso. Imaginemos lo que diría en su acción de gracias, haciendo eco con palabras del Papa León XIV: «Mientras agradecemos al Señor la llamada con la que transformó su vida…, le pedimos que sepamos cultivar y difundir su caridad, haciéndonos prójimos los unos de los otros». San Beda interpreta el buey y el asno como «los pueblos judío y gentil, llamados a ser liberados del pozo de la concupiscencia». Jesús rescata a todos, sin importar nuestra condición y el día. Siendo “Hijo”, se acordaría de aquella noche en Belén, con la tierna mirada de María y José, donde un buey y un asno lo contemplaban; ese niño que venía a sacarnos del pozo del pecado, a todos y para siempre. Hoy, nos anima con ojos de misericordia, a contemplar las personas antes que las cosas, priorizar la vida, todos los días.

La sanación de hoy, y la palabra de Jesús, nos interpelan: nuestras normas, tradiciones o comodidades, ¿nos impiden ver la necesidad del otro? La mesa —símbolo y sacramento de comunidad y vida eucarística— a la que estamos invitados todos, refleja una profunda verdad: nuestra vida tiene un valor incalculable. En ella, Jesús lava los pies y se nos da en alimento, y recomienda: «Haced esto en memoria mía» (Lc 22,19).

Fuente: Rev. D. Darío Gustavo GATTI Giorgio ISSDSch, (Rosario, Santa Fe, Argentina)

Comentario lectura evangelio 30/10/25

No cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén

Lucas, compañero de Pablo, lo que busca es recoger tradiciones seguras que le permitan reconstruir el sentido profundo de la vida del Maestro.

El Evangelio es ante todo un conjunto de relatos que nos exponen una forma de vida, una praxis. La teología que aprendieron los discípulos de Jesús y que transmitieron a las futuras generaciones, en las que estamos nosotros, no fue una teología aprendida en clases impartidas por doctores. La teología, que el Evangelio nos transmite, y que es la teología a partir de la cual nosotros podemos ser cristianos, es la que los apóstoles aprendieron “siguiendo a Jesús”. O sea, viviendo con él y como él.

El poder religioso y político fueron los primeros que se dieron cuenta de que lo que decía, hacía y vivía Jesús de Nazaret, era una amenaza para los dos poderes. Históricamente es muy posible la noticia que le dan los fariseos a Jesús, pues a los ojos del tetrarca él era tan peligroso políticamente o más que su precursor Juan el Bautista y que Herodes, quería acabar con el movimiento profético de Jesús.

Pero su adversario real, es Jerusalén, la ciudad que siempre rechazó el mensaje de los profetas. Jesús traía malestar a las autoridades y entusiasmo al pueblo, pues sus palabras y acciones carismáticas les hacía sentir la protección de Dios, con la entrañable imagen de la gallina madre que cubre con sus alas a sus hijos de forma que, prefiere morir ella en las garras de las grandes aves rapaces, antes que abandonar desamparados a sus polluelos (salmo 57,2), es una de las más impresionantes metáforas del cariño maternal del Dios que Jesús nos reveló.

Cuando habla de “vuestra casa” se refiere al Templo y la ciudad que quedarán sin protección. Amenazante oráculo de castigo común entre los profetas y “no me volveréis a ver… el que viene en nombre del Señor”, como dice el Sal.118,26 y que alude a la entrada triunfal en Jerusalén.

Lucas nos vuelve a recordar hoy, ante situaciones tan adversas, que mantener la esperanza es vital para sentirse protegida, amparada y defensora de la vida humana y del planeta.

Fuente: Hna. María del Mar Revuelta Álvarez, Dominica de la Anunciata

martes, 28 de octubre de 2025

Comentario lectura evangelio 29/10/25

"El cielo se gana desde el corazón"

Varias veces escuchamos en el Evangelio aquello de “los últimos serán los primeros” Y hoy viene a colación de la pregunta que le hacen a Jesús sobre el número de los que se salvarán. Y Él les responde que procuren entrar por la puerta estrecha, es decir: que huyan de los caminos fáciles y se esfuercen para alcanzar la salvación.

Ser cristiano nunca ha sido una tarea fácil y en los asuntos del alma no valen los atajos. Y mucho menos podemos pretender entrar en el Reino de los Cielos si obramos con iniquidad, es decir con maldad, y luego queremos que el Padre nos trate como si nada hubiera pasado. Dios es misericordioso, pero también es justo. Ser cristiano supone seguir las huellas de Cristo, obrar el bien, practicar la justicia, vivir la caridad. Todo es “pasar por la puerta estrecha”. A veces no es sencillo, hay muchas cosas que nos distraen, muchas tentaciones a nuestro alrededor, y por eso es necesaria la oración personal, el trato cotidiano con el Señor, leer las Escrituras, el frecuentar los Sacramentos, esas son las herramientas con las que contamos para caminar por el mundo.

El mensaje de Cristo es universal, al final de este pasaje nos dice cómo vendrán gentes del norte y del sur, del oriente y el occidente a sentarse a la mesa del Señor. Les viene a decir a los que le preguntaban que no por ser el pueblo elegido tendrían privilegios, todos serán tratados igual. Aunque hubieran comido con Él, aunque le hubieran escuchado predicar, si no habían hecho suyas sus palabras de poco les valdría. Y así también nosotros: aunque vayamos a misa los domingos, aunque cumplamos los preceptos, si no obramos en consecuencia y nos esforzamos en pasar por la puerta estrecha de poco nos habrá servido.

Fuente: D. Luis Maldonado Fernández de Tejada, OP, Fraternidad Laical de Santo Domingo, de Almagro

lunes, 27 de octubre de 2025

Comentario lectura evangelio 28/10/25

La palabra de los apóstoles Simón y Judas resuena en toda la tierra

Si para hacer los ministros de sus enseñanzas, Jesús hubiera escogido hombres sabios según la opinión pública, capaces de captar y de expresar ideas agradables a los oídos de las multitudes, lo hubieran sospechado de haber predicado según el método de promoción de los filósofos, y el carácter divino de su doctrina no hubiera aparecido en toda su evidencia. Su doctrina y su predicación hubieran consistido  «en persuasivos discursos de sabiduría» (1Co 1:17) y nuestra fe, como a aquella que damos a las doctrinas de los filósofos de este mundo, «reposaría en la sabiduría de los hombres y no en el poder de Dios» (1Co 2:5). Pero cuando vemos pescadores y publicanos sin instrucción que con audacia discuten con los judíos de la fe en Jesucristo, lo predican en el resto del mundo, y lo logran, ¿Cómo no buscar el origen de ese poder de persuasión? ¿Cómo no admitir que la palabra de Jesús:  «Venid conmigo y os haré pescadores de hombres» (Mt 4:19), lo realizó en sus apóstoles por medio de un poder divino?

Pablo también manifiesta este poder cuando escribe: «Mi palabra y mi mensaje no tenían nada de un persuasivo discurso de sabiduría, era la demostración del Espíritu y del poder de Dios » (1 Co 2:4). Es lo que dijeron los profetas, cuando anunciaron anticipadamente la predicación del Evangelio: «El Señor dará su palabra a los mensajeros de la Buena Nueva con gran poder» afín de que «su palabra corra a toda prisa» (Ps 67:12; 147:15). Y de hecho, vemos que«la voz» de los apóstoles de Jesús resuena en toda la tierra y sus palabras hasta los confines de la tierra» (Ps 18:5;Rm 10:18). Por esa razón los que escuchen la palabra de Dios anunciada con poder se llenan ellos mismos de ese poder; lo manifiestan por su conducta y por la lucha por la verdad hasta la muerte.

Fuente: Orígenes (c. 185-253), presbítero y teólogo